HOFETZ CHAIM
En el siglo pasado, un turista de los Estados Unidos
visitó al famoso rabino polaco
Hofetz Chaim.
Y se quedó asombrado al ver que la casa del rabino
consistía sencillamente
en una habitación atestada de libros. El único mobiliario
lo constituían una mesa y
una banqueta.
«Rabino, ¿dónde están tus muebles?» preguntó el turista.
«¿Dónde están los tuyos?», replicó Hofetz.
«¿Los míos? Pero si yo sólo soy un visitante... Estoy
aquí de paso... », dijo el
americano.
«Lo mismo que yo», dijo el rabino.
Cuando alguien comienza a vivir más y más profundamente,
vive también más
sencillamente.
Por desgracia, la vida sencilla no siempre conlleva
profundidad.
Anthony de Mello, S. J. – “El Canto del Pájaro”
Ahora que se acerca la Navidad, y que es tiempo de limpieza
en la casa, aprovecho para buscar – botar – redestinar muchas cosas que pasan
la vida dormidas en el olvido del último rincón de los cajones, closets,
habitaciones, y que no hacen más que ocupar espacio.
Para mí siempre ha sido difícil este proceso. Primero,
porque a mi mamá no le gusta que bote cosas, que las regale. Siempre piensa que
las podemos usar para algo. Cuando ella ordena, normalmente acomoda mejor las
cosas que ya tenía. No obstante, tengo que reconocer que ahora último está
repensando las cosas, la vida. Se ha dado cuenta que tiene que “aligerar su
carga” y poco a poco está permitiendo que me deshaga de más y más cosas. Esto
me alegra mucho. Me alegro por ella.
Segundo, porque todo lo que he hecho, lo he hecho con amor.
Por ejemplo, tenía guardados mis cuadernos del colegio, cuadernos escritos con
mucho esmero. Sí, todos. Bien ordenados. Sabía exactamente dónde encontrarlos.
Pero a inicios de este año sentí que me estaban “comiendo”, que se apoderaban
de mi espacio. Así que decidí quedarme con algunos, los más especiales, y el
resto deshojarlo para llevarlo a reciclar. Igual hice con los libros de texto. Separé
todos los de Inglés y algunos de Historia, Literatura y Biología. Éstos
últimos, culpables de mi interés por la genética. El resto, para regalar.
Este proceso de deshacerme de todo lo que no necesito empezó
cuando caí en cuenta que si quiero vivir fuera de la casa de mis papás, debo
determinar qué efectivamente necesitaré y no ser “fresca” y dejar el resto a
mis papás. La casa es grande, pero no estaría bien hacer eso. Además, la vida
es un círculo y el karma llegará el día en que mis papitos no se encuentren más
en este mundo y yo tenga que decidir sobre un montón de cosas que sólo me
harían sentir más fuerte la pena de su partida.
Hacer esto también ha hecho que me replantee mis salidas de
compras. Son y siempre han sido muy pocas. No obstante, las personas solemos
comprar cosas “por las puras”. Porque sí. Hay lugares especialistas en eso. Hay
una cadena de tiendas, y siempre que puedo visito alguno de sus locales para “curiosear”,
que tiene infinidad de “cositas lindas”. Desde toallas, pasando por juguetes,
libros, colgadores para todo lo que se pueda colgar (o sea casi todo) y adornos
para todo lo que se puede adornar (o sea todo). Sí, he comprado algunas cosas
ahí. Pero puedo decir que sí las necesitaba. Algunas sobrevaluadas, pero que
finalmente sí las uso.
“Antes de comprar algo, piense: ¿Qué me pasará si no lo
compro? Si la respuesta es “Nada”, NO lo compre; porque no lo necesita.”
Warren Buffett, inversionista y empresario multimillonario.
La idea de fondo es no apegarse a las cosas. Lo único que
logramos es hacernos esclavos de ellas. Y ¿para qué? Si finalmente estamos de paso
por la Tierra. Si lo que en verdad buscamos es llenar un vacío que jamás podrá
ser llenado por un auto, un avión o un nuevo par de zapatos. La pregunta es: ¿Qué
estamos buscando?
EL DIAMANTE
El sannyasi había llegado a las afueras de la aldea y
acampó bajo un árbol para
pasar la noche.
De pronto llegó corriendo hasta él un habitante de la
aldea y le dijo: «¡La piedra!
¡La piedra! ¡Dame la piedra preciosa!».
«¿Qué piedra?», preguntó el sannyasi. «La otra noche se
me apareció en sueños el
Señor Shiva», dijo el aldeano, «y me aseguró que si venía
al anochecer a las afueras
de la aldea, encontraría a un sannyasi que me daría una
piedra preciosa que me haría
rico para siempre». El sannyasi rebuscó en su bolsa y
extrajo una piedra.
«Probablemente se refería a ésta»; dijo, mientras
entregaba la piedra al aldeano.
«La encontré en un sendero del bosque hace unos días. Por
supuesto que puedes
quedarte con ella».
El hombre se quedó mirando la piedra con asombro. ¡Era un
diamante! Tal vez el
mayor diamante del mundo, pues era tan grande como la
mano de un hombre. Tomó el
diamante y se marchó.
Pasó la noche dando vueltas en la cama, totalmente
incapaz de dormir.
Al día siguiente, al amanecer, fue a despertar al
sannyasi y le dijo: «Dame la
riqueza que te permite desprenderte con tanta facilidad
de este diamante».
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