Ahí me encontraba. Muriendo de calor y aburrimiento. En medio de
los viejos y aburridos amigos de mi papá. Sentada en una mesa esperando mi
plato de comida. La especialidad de la casa sería. Sentada mirando a mi
alrededor. ¡Cómo habían cambiado las cosas!
Recordaba mi niñez en esa playa. Playa de mar tranquilo. Una
pocita, literalmente. Ahí, la ola grande rompe en la orilla misma, así que sólo
tenías que seguir al agua cuando se retiraba para estar unos pasos después en
una piscina bamboleante, perfecta. Yo solía alquilar, junto con una prima, una
cámara de llanta para agarrarnos de ella y estar largo rato flotando en el
agua. Hablando, callando. Simplemente disfrutando.
Había poquísima arena, sí muchas rocas. Muchas “chaquenas”.
Las usábamos para aguantar la sombrilla la llevábamos. Las pisábamos con
cuidado para llegar al mar. Jugábamos con ellas. Admirábamos su redondez y sus
colores.
Pero la realidad ante mis ojos era muy diferente. Había
gente, mucha. Demasiada. El restaurante donde esperaba me sirvieran la comida
abarcaba la mitad de la playa. Su música me aturdía. La gente caminaba por mi
lado, en las mesas conversaban. Vi muchas chicas bonitas. Todas con el cabello
suelto, hacia un lado. Así como quien no quiere la cosa, pero que en realidad
sí se quiere, porque se sabe que así una se ve más atractiva. Todas en sus coloridos
bikinis, luciendo su piel bronceada haciendo contraste con los reflejos claros
de sus melenas alborotadas.
Y ahí estaba yo. La “no sexy” del lugar. En shorts azules y
con mi querido polo blanco estampado con una imagen de Los Simpson. Ese polo
que a la única que emociona es a mi sobrina de 4 años. “¡Los Simpson!”, exclamó
la primera vez que lo vio. Con mi
expresión de aburrimiento, desconcierto y nostalgia; “¿por qué es que las cosas
tienen que arruinarse de esta manera?”, pensaba. Revivía en mi memoria esos
días de verano de mi niñez. Posando para el lente de mi papá, mi fotógrafo “number
one” de mi niñez. Inventando juegos con las chaquenas, escuchando como mi mamá
me decía que caminase con cuidado para no resbalarme, flotando en el agua.
Disfrutando del sonido del mar y del sonido de la soledad. Sonidos amigos que no estaban más.
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