jueves, 15 de octubre de 2015

Bendiciones que damos por sentadas



El viernes me pasado me sacaron la muela del juicio. La tercera que me sacan. Fue una operación de dos horas de sufrimiento. Por la posición de la muela, no fue fácil sacarla. Hubo mucha sangre, constante manipulación, grandes cantidades de anestesia y casi un desmayo en pleno procedimiento. Hasta que finalmente todas las partes de la muela estaban en la bandeja del médico y ya se podía proceder a coser. Luego de recibir las recomendaciones del médico y de que me pusieran una inyección en un tópico, pude finalmente reposar en mi casa.

No había reparado en los malestares que tendría después. Recién llegada a mi casa, todavía estaba un poco atontada por lo ocurrido, pero con el transcurrir del tiempo, empecé a sentir los estragos de esa difícil operación.


En los siguientes días las consecuencias se vieron. Una gran hinchazón de cara que en ocasiones no me permitía cerrar la boca. No podía dormir. El simple hecho de reclinar un poquito mi cuerpo hacía que el humor se cargara en el lado de cara donde me había operado. Si lograba dormir por agotamiento, lo hacía por minutos porque el dolor me hacía despertar. Como es lógico, no podía comer, sólo bebía líquidos. Tenía el movimiento muy limitado, porque cada movimiento me cargaba el humor y empezaba un dolor muy fuerte cerca del oído izquierdo, si no es que también el oído me dolía. Aunque valgan verdades, tenía muy poca energía para moverme dado el poquísimo sueño que logré conciliar durante esos días.

Todos estos malestares me hacían pensar "cuando esté bien, masticaré todo lo que pueda", o "cuando me pueda mover más, saldré a caminar". También "en cuando pueda, comeré salchipapas y pollo a la brasa" y "cuando duerma seguido y tenga más energía, seguiré leyendo mi libro".

En ese momento caí en la cuenta de que todo lo que deseaba hacer eran bendiciones que había dado por sentadas y que recién, en el momento que no podía realizarlas,  reparaba en lo mucho que disfrutaba de ellas. Y me sentí mucho más agradecida de que mi imposibilidad solamente era temporal y que muy prontito podría volver a disfrutar de ellas.

Y así nos pasamos la vida ya acostumbrados a tantas bendiciones cotidianas. Tener un buen amigo para conversar, el hecho de tener la capacidad de conversar, poder dormir cuando el cuerpo lo necesita, disfrutar los ricos sabores de la comida, ver una puesta de sol o un amanecer, o simplemente ser capaces de ver.

Me di cuenta que era (soy) MUY afortunada. Claro, eso no quita de que pueda quejarme y que quiera más para mi vida. Eso no está mal, hay que luchar por mejorar como personas y mejorar nuestro entorno. Pero nuestras vidas ya son bastante buenas y no nos detenemos a disfrutar de ello. A saborear la vida.

Dicen que de todo se saca algo bueno. En esta ocasión, el doctor me sacó una muela rebelde y yo saqué una lección de vida importante. Otra evidencia de que la vida es buena.

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